sábado, 12 de enero de 2008

educación diferenciada: el caso de las personas con síndrome de Down

¿Es una alternativa la separación de estas personas dentro de las aulas?
En la pasada actualización nos preguntábamos si la educación diferenciada podría significar una “salvación” a la vergonzosa situación educativa en la que se encuentran hoy día los jóvenes españoles. Y es que, tal y como habíamos comentado, la preparación académica de los niños y niñas de nuestro país se encuentra a años luz de la adquirida por otros europeos.
Permítanme que les recuerde la opinión adoptada al respecto de esta servidora: me parece que la segregación de las personas no constituye en ningún caso un avance para nadie y menos para nuestros pequeños, pues no es más que una forma de inculcar valores de exclusión y discriminación por sexo, clase, etc. Independientemente del resultado que la separación pueda llegar a lograr, resulta un atraso que no sepamos aprovechar la situación en la que nos encontramos; sin duda vivimos en un país donde la riqueza de culturas y la diversidad están presentes. La educación diferenciada no nos hace más eficaces si pretendemos educar a nuestros jóvenes en valores como la separación y la exclusión. Así pues, queda claro mi postura respecto a la segregación y la separación de las personas, sea por los motivos que sean.
No obstante, rumiando sobre esto me ha asaltado una duda: ¿Existen ocasiones en las que la separación puede resultar beneficiosa? Me refiero a los casos en los que se ven implicadas personas con retraso intelectual.

Se trata de un asunto que siempre me ha preocupado e interesado; la situación de las personas con síndrome de down ha constituido en muchas ocasiones la columna vertebral de algunas reflexiones recogidas en algún que otro artículo o reportaje. Aún así, nunca me he llegado a plantear, de forma exclusiva, si la separación de las personas con síndrome de down en las aulas representaría, o no, un avance. A partir de la releída de los mismos me he animado a escribir esta entrada. Veamos el asunto.

La sociedad tiene una tendencia innata a segregar. O lo que es lo mismo, a separar, diferenciar, apartar, alejar, aislar, arrinconar….y marginar. Y no es necesario insistir en que el conjunto de las personas con discapacidad, sobretodo la intelectual, ha sido y sigue siendo el grupo que permanentemente es más marginado, tanto en el terreno social como en el ámbito laboral. Es cierto que en ocasiones la agrupación segregada de ciertas personas con discapacidad es necesaria, pues rinde excelentes frutos para el propio individuo. El problema estriba en que la sociedad se ha acostumbrado tanto a esta separación, que cree que es el mejor sistema para afrontar con éxito la vida de una persona discapacitada.

Hay un sector de la sociedad que sufre esta marginación, es el caso de las personas que padecen síndrome de Down, una alteración cromosómica para la que un día tal vez haya remedio. Consiste en una combinación de defectos de nacimiento, entre ellos, un grado de retraso mental y facciones características. Según la FEISD, Federación Española del síndrome de Down, entre el 30 y el 50 por ciento de los bebés con SD también sufren defectos cardíacos. Muchos de ellos pueden tener además, deficiencias visuales y auditivas y otros problemas de salud. Pero la característica más distintiva de esta anomalía genética que proporciona 47 cromosomas frente a los 46 de un humano sin SD, es el retraso mental que padecen los afectados. El grado de deficiencia intelectual varía ampliamente, pudiendo ser ligero, moderado o grave.

Según los estudios realizados por la Fundación Catalana de síndrome de Down, hasta el fin del Imperio Romano los sujetos con SD fueron considerados monstruos de la naturaleza; del siglo IV al XVI, hijos del pecado; en el siglo XVII, el discapacitado era el “buen salvaje”; en el s.XIX un enfermo peligroso; en los últimos 50 años, un niño. Actualmente, se los considera como lo que son, personas a secas. Personas que, no obstante, se topan con un muro forjado a base de prejuicios sociales que les impide seguir su camino en la vida. Por ello, el principio fundamental que hemos de enarbolar y defender es que muchos jóvenes con discapacidad intelectual, y concretamente con SD, poseen cualidades y aptitudes para desempeñar puestos de trabajo en la empresa ordinaria, en régimen de integración plena.

Para conseguir una integración real de estas personas en el ámbito socio-laboral, existen infinidad de entidades y federaciones de personas con SD que se esfuerzan y trabajan sistemáticamente por incorporar a las personas con discapacidad plenamente en las normales estructuras sociales, haciéndoles beneficiarse de todas las posibilidades que la sociedad ofrece al resto de los ciudadanos. Pero aun con las mejores intenciones, la búsqueda y la organización de soluciones laborales no han quedado inmunes al riesgo de la segregación y de la marginación; cuánta posibilidad de mejora y de cambio ha quedado frustrada en esos Centros Ocupacionales, Talleres Protegidos, Centros Especiales de empleo, Actualmente existen muchas iniciativas que intentan que esa idea pueda constituir algún día una realidad, pero la lucha es difícil y aún queda muchísimo camino por recorrer. Para que una persona con síndrome de Down pueda llegar a integrarse totalmente en la sociedad, en todos los niveles pero sobretodo en el mundo laboral, tiene que haber superado muchas metas; una de ellas es sin dudar alguna la educación escolar de la persona en cuestión.

“La inserción de los jóvenes con SD en el mundo del trabajo se ha convertido en la prueba de toque que evalúa la eficacia del trabajo realizado por todos los actuales programas de formación y apoyo del niño y del adolescente”, afirma Antonia Fábregas, la psicóloga y directora del centro CIP Síndrome de Down.

Algunos pedagogos y expertos defienden una educación especial y separada de los centros educativos convencionales en el caso de las personas con síndrome de Down. Alegan que una atención más exhaustiva y personal rendiría mejores resultados; “Su nivel intelectual es inferior y la dificultad ordinaria de aprendizaje en un aula a ellos se les multiplica por 10. Se pierden si las explicaciones transcurren a un ritmo normal y se sienten inferiores respecto a los otros niños. Es mejor una educación especial en un centro pensado especialmente para personas con esta patología”, sostiene Eduard Gómez, miembro de la fundación Down21.

Por otro lado existen muchos otros expertos en el tema que la educación de estas personas fuera de los centros escolares ordinarios podría significar una marginación que les impidiera más adelante incluirse en los roles ordinarios y en los círculos sociales. Antonia Fábregas afirma “hay que acostumbrarlos desde pequeños a que interactúen con niños que no sufran síndrome de Down, debemos hacer que se sientan integrados en la sociedad en todos los campos, especialmente en el de la educación”. Y es que resulta positivo que los pequeños sientan que forman parte de la sociedad y no se vean ellos mismos excluidos. En cuanto a la educación especial Fábregas defiende que ésta es totalmente necesaria y productiva aunque no necesariamente deba ésta llevarse a cabo fuera de los centros escolares ordinarios. “Es cierto que pueden perderse en las clases de centros no especiales pero para ello podrían ofrecer clases de apoyo y de refuerzo al pequeño y ayudarle a ir a un ritmo parecido al de sus compañeros; pero eso no exige que no pueda estudiar en centros educativos convencionales”.

Así pues, vemos que no queda nada en claro si es mejor que estas personas estudien en centros especiales o en centros educativos convencionales. Como siempre permítanme mi opinión al respecto; considero que es acertado que las personas con síndrome de Down puedan formar parte de las estructuras sociales ya desde pequeños, en los centros educativos ordinarios. Si bien es cierto que serán necesarios unos esfuerzos mucho más grandes y que el pequeño/a deberá tomar clases especiales, me parece positivo que interactúe con personas que no sufren esta patología y pueda a llegar a sentirse un niño más dentro de su clase. Quizá también sea cierto que la educación especial rinda mejores resultados académicos pero en estos casos seguiría existiendo una separación, una segregación y en cualquier lugar esto nos beneficia para nada a nadie; ni a la s mismas personas que padecen el síndrome ni al resto de la sociedad. Debemos esforzarnos por que se dejen de excluir a estas personas y darles todas las oportunidades necesarias para que se integren totalmente en la sociedad de la que indudablemente forman parte.
Hagamos que esto constituya una realidad.

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